Tuesday, September 13, 2011 | Por José Hugo Fernández
LA HABANA, Cuba, septiembre (www.cubanet.org) – No parece convincente el
estudio realizado por dos académicos de universidades estadounidenses en
torno a la gente que en Cuba desea o no utilizar las remesas para
invertir en negocios particulares. No lo parece, ante todo, por el
método tan poco académico que escogieron para realizar sus pesquisas.
Este estudio, sobre el que dio cuenta hace pocos días la revista Palabra
Nueva, del Arzobispado de La Habana, ha determinado que el 43 por ciento
(así, con una cifra rígida) de los cubanos que reciben remesas no están
interesados en invertirlas en negocios particulares. A tan rotundo
corolario arribaron los académicos luego de preguntar su opinión a 300
personas entre cientos de miles de receptores cubanos de remesas, los
cuales, además, fueron escogidos ad líbitum, entre personas de confianza
con las que ensayaron una muestra aleatoria.
No es que esta clase de encuesta no sea válida. Ni siquiera dejan de ser
interesantes algunas de las averiguaciones que propició a los
encuestadores. Lo que sí huele a queso es que los resultados se
proclamen como fruto de un estudio de académicos, de lo cual puede
inferirse que tiene rango científico, siendo, como fácilmente se nota
que es un mero ejercicio especulativo, otro más entre tantos.
En primera, ¿quién domina rigurosa y científicamente la cifra de remesas
que hoy reciben los cubanos? ¿Quién puede acreditar, mediante
estadísticas confiables, la cantidad exacta de gente que vive aquí de
las remesas? Ni Dios mismo tal vez.
Basta con tener noción de los conductos y las múltiples argucias,
legales e ilegales, imaginables e insospechadas, secretas e insólitas,
que utilizan nuestros parientes del exterior en sus envíos de ayuda a
Cuba, para saber de antemano que no es posible fijar términos demasiado
serios basándose en el particular.
En segunda, tampoco suena muy académico que digamos otorgarle categoría
de "negociantes", aun anteponiendo el calificativo de "pequeños", a la
retahíla de menesterosos merolicos y buscavidas que actualmente bregan
por los frijoles en las calles, teniendo que pagar hasta tres tipos
distintos de licencias por una mesita donde vender naderías: para cada
género de nadería, una licencia.
El estudio en cuestión llama "empresas de subsistencia" a estos
negocios. Pero aun así los sobrevalora, usando la palabra "empresa" en
lugar de "remedios" o "pataleo".
Por último, para no extendernos, aunque sin dar por agotado el tema, tal
vez hubiera sido más académico, al tiempo que más expedito para los
académicos encuestadores, proyectar un recorrido por los timbiriches de
los cuentapropistas habaneros, que son muchos más de 300, verificando lo
que sabe aquí hasta el gato, o sea, que se trata de gente pobre, que no
tiene dinero para negocios.
De modo que esos cuentapropistas abrieron sus "negocios" con la ayuda de
parientes del exterior. O en caso contrario, los timbiriches que
atienden no son suyos, aunque estén inscritos a su nombre, sino que son
de un dueño que los posee en serie, actuando desde las sombras, y los
utiliza a ellos como empleados.
Incluso, los académicos habrían podido averiguar fácilmente que los
timbiriches más exitosos de cuentapropistas habaneros no sólo han pagado
su inversión con dinero procedente de remesas, sino que incluso se
surten con productos que les envían directamente desde el exterior, sea
de Miami o de Venezuela o de Europa. Algo que, dicho sea de paso, es una
suerte para los compradores, ya que por vez primera en medio siglo
pueden adquirir en la calle, a precios más moderados que el de las
shopping, zapatos y otras prendas de marcas extranjeras.
De lo que se trata entonces no es de ver si los cubanos están o no
dispuestos a emplear las remesas en la apertura de negocios
particulares. Pues, en rigor, esa ayuda económica que reciben gracias al
sacrificio de sus parientes del otro lado, por lo general les alcanza,
si acaso, para comer y malamente para vestirse.
Más pertinente –por lo cual se supone más académico- que enfocar el
asunto desde la posibilidad de que los cubanos de adentro dejen de comer
y se dediquen a hacer negocios con las modestas remesas que reciben para
comprar aceite y picadillo, sería enfocarlo desde el interés y las
sustanciales posibilidades de los cubanos que viven en el exterior, y
que probablemente sólo estén a la espera de una señal con propuestas
concretas y plenas garantías para invertir en su país.
Desde luego que un estudio en esa dirección no encontraría hoy utilidad
práctica.
Porque los negocios en los que seguramente están interesados en invertir
nuestros parientes del exterior tendrían que ser reales negocios, aunque
fuesen pequeños o medianos. Tendrían que estar dirigidos hacia la
obtención del verdadero beneficio particular, tanto de los inversores
como de sus empleados. Y, en suma, tendrían que ser empresas que actúen
auténticamente en provecho del país, de su productividad, en la mejoría
de su nivel de vida, y no –como sucede hoy- en rol de engañabobos, donde
el único beneficiado es el régimen.
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