El desajuste cubano
EEUU no tiene por qué seguir arrastrando "el problema cubano", que por
definición es de los cubanos y por esencia son los cubanos mismos
Arnaldo M. Fernández, Miami | 06/09/2011
Los representantes David Rivera (FL-25) y Mario Díaz-Balart (F-21) han
formado con el senador floridano Marco Rubio una troika republicana en
contra de la llamada Ley de Ajuste Cubano (LAC). El profesor Arturo
López-Levy lleva mucha razón en tachar este ademán de política
parroquial, pero esgrime el argumento de que esa troika pone la
politiquería de Miami "por encima del interés nacional". Al parecer
sucede todo lo contrario: por continuar ligada a la parroquia miamense y
temer la reacción adversa de parte del electorado cubano, esa troika
anda con medias tintas y se limita a proponer la modificación de LAC
antes que su abrogación.
Muchos electores de origen cubano tienen cierto aire de familia con el
vizconde demediado de Ítalo Calvino: son ciudadanos estadounidenses,
pero enfocan las cosas desde la perspectiva cubiche. El interés nacional
de EEUU radica prima facie en desvincularse de los problemas con que
lidian otros Estados. Para demostrar que LAC refleja de algún modo aquel
interés, López Levy alega que el flujo de emigrantes cubanos bien
educados y con familia beneficia a EEUU. Solo que con ellos llegan
también otros muchos que guardan estrecha correlación estadística con el
liderazgo nacional del condado Miami-Dade en fraude al Medicare, fraude
de tarjetas de crédito y otros renglones tan poco educados y familiares
como la venta de Oxycontin. Nadie se llame a engaño: EEUU no tiene
necesidad de ni interés en inmigrantes cubanos. Para captar gente
beneficiosa dispone de visas laborales y corporativas, que Castro no
admite para cubanos.
Al sostener a LAC tampoco puede traerse a colación que EEUU es nación
comprometida con los valores familiares. Las familias de otras muchas
naciones consiguen reunificarse en EEUU por trámite normal de
reclamación, que salva aquellos valores. Si vamos a llamar de veras al
circo por lo que es, el ajuste cubano debe calificarse como acto de
malabarismo que solo interesa y necesita el régimen de Castro para
paliar su desgobierno. El flujo sostenido de inmigrantes cubanos tiene
la doble función de válvula de escape al salir de Cuba y fuente de
divisas al entrar en EEUU, donde sus vínculos familiares son
secuestrados por la industria de viajes, remesas, paquetes y llamadas
por teléfono que Castro montó al entreabrirse las puertas hacia 1978.
Los politi-Castros
Desde que Harold Lasswell dio a imprenta Politics: Who Gets What, When,
How (Nueva York, Whittlesey House, 1936), los problemas de quién obtiene
qué, cuándo y cómo son cosa de política monda y lironda. Al discutir
sobre el ajuste cubano a secas se soslaya que es verbatim "ajuste de
refugiados cubanos". La clave estriba en que la noción de refugiado ha
perdido la vergüenza hasta en el lenguaje oficial. Tras desatar Castro
la invasión demográfica denominada "Crisis de los Balseros", por
autorización (agosto 8, 1994) para emigrar con "medios propios", el
presidente Clinton decidió (agosto 19, 1994) no admitir a los
"refugiados ilegales", pero acabó pactando con Castro la obligación de
20 mil visas anuales. El comunicado conjunto Cuba-USA (septiembre 9,
1994) remachó con que los "emigrantes" en alta mar serían devueltos a la
Isla. Y la desvergüenza anda ya con Castro instando (marzo 25, 2011) a
EEUU a sacar una "ley de ajuste para todos los latinoamericanos".
Los cubanos vienen adoptando pose de refugiado para entrar a EEUU y
oportunamente asumen pose de residente permanente para invocar las
libertades americanas y salir en viaje de ida y vuelta USA-Cuba. La
única forma de eliminar esta contradicción práctica es abrogar el ajuste
cubano. Un refugiado regresa a su patria, bajo el mismo gobierno que
forzó al refugio, ya solo por razón humanitaria de grueso calibre o para
emprender acciones contra ese gobierno.
El aquelarre convocado por López Levy —desde el congresista republicano
Jeff Flake (AZ-6) hasta los fantasmas de Washington, Adams, Jefferson,
Franklin e incluso Dean Rusk— para justificar el ajuste cubano se
desbanda ante la justicia migratoria que preserva tanto el asilo
político, para los cubanos sujetos a persecución dentro de la Isla, como
el trámite usual de reclamación para aquellos con familiares en EEUU.
El ajuste cubano sin refugiado viene convoyado no solo con la industria
pro-castrista de expoliar a los inmigrantes de origen cubano y
transfigurarlos así en contribuyentes del castrismo. Viene también con
el paquete de la industria anticastrista, que encauza fondos federales
para la transición democrática y contradice así el interés nacional de
EEUU por mera ineficacia de las inversiones frente al castrismo de largo
aliento. Habría que cortar de cercén —y de un solo tajo— el ajuste
cubano, sus industrias complementarias y la obligación de 20 mil visas
anuales, porque ya no se trata de que el patriotismo de los cubanos
nunca alcanzó para sufragar el anticastrismo con el bolsillo propio,
sino de que ni el exilio ni la disidencia interna alcanzan a movilizar
ni siquiera la contra electoral.
Al presentarse (mayo 10, 2002) el Proyecto Varela (1998) a la Asamblea
Nacional del Poder Popular (ANPP), como iniciativa legislativa de
ciudadanos avalada con 11 020 firmas, se pregonó que había sonado la
hora de la disidencia. A la vuelta de medio año Castro convocó a
elecciones (enero 19, 2003) y 196.619 cubanos no fueron a votar, 243.341
dejaron la boleta en blanco y 69.863 atinaron a anularla, es decir: el
Proyecto Varela había movilizado apenas 2,16 % de la contra electoral.
En el reenganche del proyecto (octubre 3, 2004) se agregaron otras
14.384 firmas. Así y todo, ambas tandas arrojaron menos del 5 % de los
electores contrarios a Castro. La proporción (0,3 %) respecto al
electorado sans phrase (8.313.770) no hubiera dado ni para tomar asiento
en la verbena democrática de la Constitución de 1940, que exigía tener
afiliado al menos 2 % de los electores para inscribirse como partido. No
en balde el Proyecto Valera terminó por relanzarse en Madrid (octubre
24, 2008) antes que en La Habana.
Coda
Así las cosas, pasan las décadas y la disidencia no tiene otra
alternativa que transitar de un documento a otro, verbi gratia: del
Proyecto Varela (2001) a El Camino del pueblo (2011). Marx no dejó caer
en balde, al criticar la filosofía del derecho de Hegel (1843), que "el
poder material solo puede derrocarse con otro poder material". No lo
tiene la disidencia ni lo tuvo el exilio. EEUU no tiene por qué seguir
vinculado a semejante entuerto, con unos soltando que "un hombre no es
una isla" y otros, que ese mismo hombre es un país (ver la foto). Dice
López-Levy que "los nuevos cubano-americanos, con vínculos permanentes
con la Isla, tienen el tiempo". Sería loable que supieran aprovecharlo,
como ciudadanos estadounidenses, para discernir el interés nacional de
EEUU y honrar de paso su background ateniéndose a la recomendación de
José de la Luz y Caballero en La polémica filosófica (1838-39): adoptar
"resueltamente la posición de la hora", que ya no suena en el reloj ni
de Castro ni de sus némesis cubiches.
http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/el-desajuste-cubano-267829
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