Luego del Sexto Congreso del partido Comunista, la nueva Cuba de Raúl
continúa siendo la misma Cuba de Fidel
El anuncio de una renovación de los cuadros dirigentes para brindar
oportunidades a la juventud no se refleja en los resultados
09:56 a.m. 30/04/2011
La Cuba de Fidel Castro devino décadas atrás en una tierra de arcanos.
Como sucedía en la extinta URSS, los designios de la cúpula gobernante
habría que descifrarlos mediante la interpretación de algunos signos
externos, súbitamente transformados en clave de hechos trascendentales.
El orden en que los supremos del régimen caminan, se sientan o se
congregan en los actos públicos, sobre todo en funerales, origina una
amplia gama de especulaciones sobre la suerte de tal o cual personaje, e
inclusive de los virajes de la política exterior. Adivinar se convirtió
en una pseudociencia: kremlinología, que en el presente caso llamaríamos
castrología. Desde luego, este fenómeno obedece a que el secretismo ha
constituido un elemento fundamental de los sistemas políticos
totalitarios, Cuba incluida.
Con ese trasfondo, y precedido de una intensa ola de especulaciones, el
Sexto Congreso del Partido Comunista de Cuba se inauguró en La Habana el
16 de abril último. Por ser el partido el epicentro de la autoridad
máxima (al menos en teoría), algunos medios internacionales, haciéndose
eco de rumores sibilinos de oficiales anónimos de la isla, anunciaron
que el cónclave de la nomenclatura habanera tenía el propósito de
acordar cambios dramáticos, entre ellos, la elevación de líderes jóvenes
a las cumbres del poder y la adopción de libertades económicas y
políticas inéditas. Nada menos que la defunción del totalitarismo y el
inicio de una era libertaria serían el balance inédito y hasta
prodigioso del Sexto Congreso.
Lamentablemente, quienes creyeron esas portentosas profecías se llevaron
un amargo chasco. Al fin de cuentas, no ha sido la primera ni la última
vez que los dirigentes comunistas nos decepcionan. La mentira, el doble
sentido y las poses circenses son parte del manual del castrismo, del
totalitarismo en guayabera que hace mofa de los valores compartidos –a
pesar del comunismo– por el martirizado pueblo cubano.
Un análisis visual de ciertas escenas del Congreso, transmitidas al
exterior, permitió medir en algo lo ocurrido en la magna cita. La ya
decaída figura del líder máximo y dueño del régimen, Fidel Castro,
proyectó la imagen cierta del estrato mandante. La aparición en el podio
del delfín y ya sucesor formal de Fidel, Raúl Castro, a sus 80 años de
edad, difícilmente podía entusiasmar el ambiente. El anuncio de una
renovación de los cuadros dirigentes para brindar oportunidades a la
vibrante juventud castrista, causó posiblemente hilaridad –inexpresiva,
desde luego– entre los asistentes, cuando los escogidos para los más
altos cargos del Partido y el Gobierno salieron a la superficie: José
Machado Ventura, el dócil aliado de Raúl, con 80 años, y Ramiro Valdés,
otro incondicional de los hermanos Castro que ya lleva sobre sus
espaldas 79 años de vida. ¡Juventud, divino tesoro!
Conexo al tema de la juventud, una novedosa norma para establecer un
término de cinco años en el desempeño de los cargos, prorrogable por una
sola vez, obligó al cálculo de diez años adicionales para Raúl, José y
Ramiro, que acaban de estrenar nuevos títulos. Sin duda el plazo es
holgado para los tres octogenarios. Oportunamente se conocerá el elenco
más amplio impuesto a dedo por la jerarquía del régimen, pero desde ya
apostamos a que predominarán las edades avanzadas, pues la
incondicionalidad apreciada por los jefes se consigue solo con los años.
Debido a este rasgo intrínseco, los mandos medios y altos configuran una
gerontocracia que prefiere la ancianidad y margina a la juventud. El
ucase en favor de los jóvenes se quedó de esta forma en el papel, sin
posibilidades reales de renovar la jefatura del Partido.
En cuanto a los milagros económicos prometidos, de nuevo Raúl habló del
despido de 500.000 empleados estatales al cual se ha referido en
ocasiones previas. Raúl aduce que sin ese recorte no podría balancear
las cifras presupuestarias. Para tal fin, en esta oportunidad aumentó en
forma simbólica y poco significativa el número de posibles empleos
independientes. Nos preguntamos cuántos barberos, saloneros en los
paladares y ocupaciones similares se necesitan en una economía
imposibilitada de crecer debido a la camisa de fuerza estatista del
sistema imperante. Con el 80% de la fuerza de trabajo prendida a la ubre
del Estado, el medio millón de cesados se muestra minúsculo, un
grandilocuente despido y un gesto vacuo, sin duda dirigido a la
exportación, es decir, para los ojos y oídos de líderes occidentales
vulnerables a esos trucos. Con todo, muy pocos podrían imaginar que Raúl
es un Deng Xiaoping redivivo.
Sin embargo, todos estos desmanes podrían quizás eclipsarse si en la
Cuba de Raúl se empezara a respetar realmente los derechos humanos. Pero
nada de esto se perfila en el orden raulista. Todo lo contrario, las
libertades fundamentales siguen siendo un sueño de opio, y el ser humano
continúa encadenado a la praxis de servir de mercancía para atraer
apoyos financieros y políticos del odiado orden capitalista. La medida
de expulsar presos políticos a Europa, de hecho un destierro, resultó
ser el precio pagado para aflojar la ansiada renovación del apoyo
económico europeo, una treta que dichosamente no fructificó. Así lo
intentó –sin éxito– Moratinos, el miope canciller español empeñado en
reabrir el portón de la comunidad europea al régimen castrista. De
rebote, este mecanismo quizás podía persuadir a algunos congresistas del
imperio yanqui para permitir exportaciones de alimentos gringos a la
Isla mediante créditos que La Habana jamás consideraría honrar. Vana
ilusión.
Este sombrío panorama nos lleva a concluir que Raúl permanece
comprometido a preservar a toda costa el sistema imperante, con todas
sus lacras, frenos represivos y agobiantes barreras a la creatividad
individual. Bien señaló un agudo observador europeo que las reformas
anunciadas constituían un engaño y una manera de mantener en cámara de
oxígeno al orden existente.
A eso, un retoque de maquillaje, se reduce el flamante ejercicio
publicitario del Sexto Congreso. La nueva Cuba de Raúl continúa siendo
la misma Cuba de Fidel.
http://www.nacion.com/2011-05-01/Opinion/Editorial/Opinion2759511.aspx
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