Jueves, 12 de Mayo de 2011 01:58
Gladys Linares
Lawton, La Habana, 12 de mayo de 2011, (PD) Jaime es un adolescente
que quiere ser arquitecto. Es hijo único de madre soltera. Cuando aquel
día llegó a su casa y le dijo a Irene, su mamá, que los alumnos de 11º
grado irían a trabajar al campo, esta pensó que era una broma de mal
gusto. Desde el año pasado la agricultura "sonaba", pero en momentos
tan difíciles como los que vive la familia cubana, aquello no podía
pasar de ser un rumor. Irene, como otros padres, tiene que sacrificarse
mucho para que sus hijos puedan estudiar una carrera.
otra_vEn una reunión de padres, supo que los muchachos irían para un
campamento en Boyeros. Cuando indagó por la comida, una profesora le
dijo que el arroz y los frijoles estaban garantizados, y que, además de
los domingos, a los padres se les permitiría ir los miércoles después de
las cinco de la tarde para que los apoyaran con la comida de los alumnos.
También les dijeron que el trabajo estaría acorde con la capacidad de
los adolescentes. Consistía en pastorear carneros y vacas; los más
fuertes, podarían arbustos y chapearían. Cuando preguntó por la ropa
para trabajar en el campo, la directora le dijo que eso era un problema
que cada cual debía resolver a su manera.
Durante la semana que quedaba para la partida, Irene estuvo dando
carreras para conseguir una camisa de mangas largas, unos tennis viejos,
un pantalón de trabajo y una maleta de madera.
Otra gran preocupación era qué le daría al muchacho para reforzar la
comida, porque ella gana 360 pesos y paga 57 de alquiler y 57 de
refrigerador.
A los dos días de estar en el campo, los muchachos empezaron a llamar a
sus padres para pedirles comida, guantes y botas.
El día de la visita, cuando su hijo la vio, empezó a llorar. Irene se
preocupó, porque Jaime es muy ecuánime, pero a medida que supo las
dificultades que enfrentaba, comenzó a comprender.
Como en los alrededores del campamento no había árboles para guarecerse
del sol, los padres entraron a los albergues. Las condiciones allí eran
deprimentes. El calor era asfixiante, porque los techos eran de
fibrocemento, y donde debía haber ventanas, había ladrillos intercalados.
Las picaduras de mosquitos y los arañazos se notaban en muchos brazos y
piernas. La tal poda de arbustos era cortar marabú, y en lugar de
alimentar a las vacas, recogían estiércol, porque la cooperativa lo
vende al Estado como abono. Durante las horas de faena, no recibían
merienda ni agua. La comida era arroz con agua de sopa o de frijoles.
Fue tan mala la impresión, que algunos padres se atrevieron a llevarse a
sus hijos para no verlos sometidos a trabajo esclavo; pero Jaime decidió
quedarse para no tronchar su futuro, pues una "deserción" significaría
perder el preuniversitario y la carrera.
http://www.primaveradigital.org/primavera/sociedad/sociedad/1337-de-nuevo-la-escuela-al-campo
No hay comentarios:
Publicar un comentario