lunes, 24 de junio de 2013

Qué nos queda por vender

Qué nos queda por vender
YUSIMÍ RODRÍGUEZ LÓPEZ | La Habana | 24 Jun 2013 - 12:12 pm.

'Se vende', la última película dirigida por Jorge Perugorría, Premio de
la Popularidad en el último festival habanero, es risible, relajante
y... olvidable.

Coloque una protagonista joven, bien parecida y cándida (Nácar, como el
jabón, interpretada por Dailenys Fuentes), y una amiga que sea todo lo
contrario (en cuanto a candidez) para que el público no se aburra
(Yuliet Cruz); agregue el imprescindible personaje del comunista
intransigente estancado en sus ideas (Mario Balmaseda), contrastado por
la experta en el arte de la supervivencia (Mirta Ibarra); sume tantas
escenas de sexo como sea posible en menos de hora y media de película
—sin olvidar la escenita de sexo homosexual, que al parecer ya no puede
faltar. Al final, tiene usted una película cubana como tantas que hemos
visto en los últimos años: risible, relajante y… olvidable.

Eso me pareció la película cubana Se vende, del director y actor Jorge
Perugorría, último estreno en los cines de la capital. Muchos
compatriotas tuvieron la oportunidad de verla, y aplaudirla, durante el
último Festival del Nuevo Cine Latinoamericano. El hecho de que la cinta
se alzara con el Premio de la Popularidad en diciembre del 2012
demuestra la fidelidad del público cubano hacia la cinematografía
nacional, y su necesidad de ver nuestra realidad reflejada, de alguna
forma, en la pantalla. Y sé que habrá opiniones muy distintas a la mía
sobre este filme.

Varias cosas me entristecen de la cinta. Primero, que sea tan
predecible: hasta los momentos en donde uno debe reírse parecen marcados
y el público. El poco público que había en el cine Yara cuando entré a
verla reaccionaba como animales amaestrados. Segundo: pensar en las
cosas de las que hemos llegado a reírnos. Y tercero: que de tan
gastadas, no me causaran risa.

Todo parece visto antes: el recuento de la historia de Cuba hecho por la
protagonista me recordó a la cinta Juan de los muertos. El recuento se
inicia a finales de los años 60 y principios de los 70, con el Año del
Esfuerzo Decisivo, la zafra de los (no alcanzados) Diez Millones;
continúa con los dorados años 80 (no solo dorados porque fue la mejor
época de este país, aunque la gente entonces no lo sabía, sino porque
fue la década de venderle al Gobierno cualquier cosita de oro que
tuviésemos en la casa —por el precio que determinara el Gobierno— para
comprar un reproductor de video y cualquier pacotillita que entonces
parecía la gran cosa), luego el Período Especial en los 90, hasta llegar
a "esto que vino después" que, como dijo Juan de los Muertos, "nadie
sabe qué cosa es".

(No sé si los directores de cine se han dado a la tarea de llenar el
espacio que falta en los libros escolares de Historia de Cuba, porque en
ellos nuestra historia termina con el glorioso triunfo de 1959 y es como
si se hubiese detenido allí. Para algunos, en cierta forma, es así.)

Mirando la pantalla tenía la impresión de estar ante un collage de
lugares comunes, como si hubiera que apostar por ellos para arrancar una
carcajada, o al menos una risita, sabiendo que el guión es endeble y los
personajes estereotipos. Sucede con la escena del policía "palestino"
—como despectivamente llamamos a los orientales—, que por supuesto
luchará con uñas y dientes para quedarse en La Habana. Sucede con la voz
de la locutora hablando de la moringa —que inspiró una reflexión de
nuestro Comandante en Jefe después de un artículo sobre la planta
publicado en Granma. ¿O fue el artículo lo que se publicó después de la
reflexión? Supongo que el orden de los factores no altera el producto.
Lo importante es que está la moringa y que el público se ríe cuando oye
la voz de la locutora describiendo los beneficios que ya casi sabemos de
memoria.

Y está Revolico.com, que todo el mundo en este país conoce, a pesar de
que la página está bloqueada —al menos en los centros de trabajo, única
posibilidad de conectarse a internet legalmente para cubanos de a pie en
el momento que se hizo la película. O sea, hasta hace muy poco tiempo.
(Iba a decir que no me creo la rapidez con que la protagonista del filme
accede a internet, sobre todo a una página bloqueada como Revolico.com,
pero ahora recuerdo que se trata de la oficina del jefe.)

Si algo agradezco al filme es el mostrarme, una vez más, cómo se ha ido
ensanchando el diapasón de lo que puede mostrarse de nuestra realidad.
Habanastation ya había mostrado (aunque ya lo sabíamos) que hay niños
ricos y niños pobres en Cuba. Pero la culpa es de la fatalidad de un
padre preso. En Se vende, se muestra la precariedad de los sueldos y la
miseria de una profesional, pero la culpa no es de nadie.

Sé que esa miseria existe, aunque por momentos me pareciera incoherente.
Yo, que soy una cubana de a pie, que malvivo de un sueldo, no monto un
"almendrón" de diez o veinte pesos si no tengo comida en mi casa, o
aunque la tuviera, porque pagar diez pesos por un taxi lo hago tres o
cuatro veces al año en caso de extrema necesidad, y me duele por meses.
La pobreza, cuando es real, se te cuela hasta los huesos de tal forma
que cuando tienes dinero te aterra perderlo, te obliga a contar los
quilos. No pude quitarme esa contradicción de la mente, a pesar de que
más adelante el personaje interpretado por Jorge Perugorría (Noel) abre
el refrigerador de la protagonista y solo encuentra un tomate.

Pero los tiempos cambian en este país. Cambian demasiado rápido para
esos comunistas, o más bien fidelistas intransigentes que sacrificaron
sus juventudes en el altar de la sociedad socialista y el futuro
glorioso que prometían nuestros líderes. Había visto antes a ese
personaje en filmes como El cuerno de la abundancia y Video de familia
—magníficamente interpretado por Enrique Molina—, o sea: patético,
desfasado en el tiempo, ridículo. Personaje al que solo le queda la
"momificación natural", como ocurre al padre de la protagonista (Mario
Balmaseda) en Se vende. Confieso que esa solución me hizo sonreír. Ahora
me pregunto si me habré estado riendo de mi propio padre, que también
coreó consignas y las creyó.

Sí, ya es posible mostrar todo eso en la pantalla grande sin que se
caiga el mundo. Eso es lo que me asusta. Hace veinte años el Gobierno se
tomaba el trabajo de llenar un cine con militantes del Partido Comunista
de Cuba (perdonen la redundancia donde la palabra "partido" habría sido
suficiente) para impedir a los cubanos ver Alicia en el pueblo de
Maravillas. No sé qué temía el Gobierno entonces, pero es evidente que
ahora no hay nada que temer.

Tenemos miseria, sí. Desde hace muchos años los sueldos son simbólicos y
sobrevivimos gracias a las ilegalidades. No hace falta ocultárselo a la
gente (que de cualquier manera lo vería gracias a los bancos de
películas y a las memorias flash), sino que la gente no se pregunte cómo
hemos llegado aquí, cómo hemos llegado a esta precariedad y a
soportarla, a conformarnos con "sacrificar a los muertos para darle de
comer a los vivos".

La pregunta ya no es qué se vende, sino qué nos queda por vender. Decir
que alguien vende "hasta cajas de muerto" es obsoleto. Ahora se vende la
caja con el muerto adentro.

Y mientras estemos entretenidos en nuestra lucha por sobrevivir, y luego
nos sentemos a relajar frente a un filme que muestre nuestra "realidad",
y nos de risa, todo está dentro del orden natural de las cosas. Mientras
las cosas se muestren de forma tan grotesca y superficial que lleguen a
ser poco creíbles, todo está bien. Porque además, tampoco hay que
tomárselo todo en serio. Una película es solo una película. Aunque no
dudo que ahora mismo, alguien se haya percatado de que la idea no está
mal, y esté pensando en vender la bóveda familiar y meterle mano a los
huesos de quien esté dentro.

Source: "Qué nos queda por vender | Diario de Cuba" -
http://www.diariodecuba.com/cultura/1372068743_3895.html

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