viernes, 7 de julio de 2017

Cuba y Venezuela: la diplomacia de la vulgaridad, un poco de inglés y buenos puños

Cuba y Venezuela: la diplomacia de la vulgaridad, un poco de inglés y
buenos puños
MANUEL C. DÍAZ
Especial/el Nuevo Herald

La diplomacia, que es tan antigua como las propias naciones, es la forma
en que los Estados conducen sus relaciones internacionales. Y se basa en
la voluntad de diálogo y el entendimiento. Es por eso que se dice que
los diplomáticos son agentes de la paz. Según Harold Nicholson, un
embajador inglés de larga carrera y autor de los libros Portrait of a
Diplomat y The Evolution of Diplomacy, estos deben poseer no solo
"certeza intelectual y moral" y comportarse con "moderación y sutileza",
sino también "ser pacientes y respetar el país que los acoge". Y podría
añadirse que deben tener conocimientos de protocolo, ser cuidadosos en
el vestir, hacer uso de un lenguaje apropiado y comportarse como
personas de distinción.

Desafortunadamente, en algunos países latinoamericanos con poco respeto
por la democracia, los diplomáticos son todo lo contrario. En Venezuela,
por ejemplo, Nicolás Maduro acaba de nombrar a Samuel Moncada, conocido
por su propensión a la violencia, como ministro de Relaciones Exteriores
en sustitución de Delcy Rodríguez, famosa por sus deslices protocolares
y por haber ofendido al secretario general de la OEA, Luis Almagro,
llamándolo "mentiroso, deshonesto, malhechor, mercenario y traidor".

Pero Delcy Rodríguez no fue sustituida, como pudiera pensarse, por su
actitud poco diplomática, sino porque Maduro la necesitaba en otras
tareas revolucionarias. En realidad, no hay nada nuevo en ese cambio. En
Venezuela designan y destituyen cancilleres con inusual frecuencia.
Hasta la fecha, desde Juan Vicente Rangel, que fue el primero investido
por Chávez, ha habido una decena de ellos.

Inglés y habilidades boxísticas
Al anunciar el nombramiento del nuevo canciller, Maduro dijo: "Tiene
buena labia, tiene pensamiento y habla perfecto inglés". Para enseguida,
levantando los puños en una clara alusión boxística, agregar en un tono
jocoso: "Y también mueve las manos", refiriéndose a un airado encuentro
entre Moncada y el activista de los derechos humanos, Gustavo
Tovar-Arroyo, en el vestíbulo del Hotel Moon Palace, en Cancún, México,
donde se celebraba la 47 Asamblea General de la OEA, reunida allí para
tratar de solucionar, precisamente, la grave crisis política y social de
Venezuela.

No es la primera vez que diplomáticos chavistas recurren a lo que Maduro
calificó como la "diplomacia del tatequieto". Es decir, la de la
violencia. Y la del insulto, la descalificación y la vulgaridad. Y cómo
no iba a ser así cuando el propio Hugo Chávez, refiriéndose a la
participación del presidente de Estados Unidos, George W. Bush, en la
Asamblea General de la ONU de 2006, dijo al comenzar su discurso: "Ayer
vino el diablo aquí. Huele a azufre todavía esta mesa". Al parecer, eso
sentó el tono de lo que sería la futura diplomacia venezolana. Hace unos
meses, cuando Luis Almagro convocó a una sesión del organismo para votar
la aplicación de la Carta Democrática, Maduro le dijo: "Señor Almagro,
métase su Carta Democrática donde le quepa". Solo para un poco después
declarar: "Cuando un pueblo es libre no le importa la OEA para un carajo".

"Ese 'estate quieto' es una forma de amenaza. El limitado vocabulario de
Maduro lo obliga a recurrir a frases hechas que transitan entre su
incoherencia y su incontinencia verbal", opina Pedro Roig, asesor senior
del Instituto de Estudios Cubanos y Cubano-Americanos de la Universidad
de Miami.

En realidad, estas groserías no son de extrañar. Después de todo, la
diplomacia chavista es una copia al papel carbón de la de Cuba. ¿Acaso
no fue Fidel Castro quien calificó a la OEA como una cloaca? Si alguien
quisiese medir el deterioro moral de la revolución cubana solo tendría
que fijarse en el descenso intelectual de los cancilleres de la isla.
Por ejemplo, el primero de ellos, Roberto Agramonte, nombrado por el
presidente Manuel Urrutia el 5 de enero de 1959, fue un destacado
abogado, político, filósofo, sociólogo, diplomático y profesor
universitario de muchísimo prestigio que solo estuvo en el cargo seis
meses, pues en cuanto la revolución comenzó a torcer su rumbo
democrático, renunció y abandonó el país para siempre.

El que le siguió, Raúl Roa, abogado, intelectual, político de izquierda
y famoso por su ardiente oratoria, comenzó su gestión como canciller
utilizando en las Asambleas Generales de la ONU un lenguaje cuidadoso y
de altura: "A la diplomacia de la Revolución Cubana corresponden deberes
y responsabilidades congruentes con su naturaleza democrática,
proyección continental y trascendencia universal". Sin embargo, cuando
esa misma revolución de "naturaleza democrática" se convirtió en una
dictadura, sus discursos cambiaron. De acusar a gobiernos democráticos
de la región llamándolos "dictaduras satélites" y de tildar de
"traidores y mercenarios" a los cubanos anticastristas, pasó a proferir
indecencias contra todo el que se atreviera a cuestionar la falta de
libertades en Cuba.

La ruina moral de Cuba
A partir de Roa, los cancilleres que le siguieron no fueron otra cosa
que un reflejo del carácter represivo de la revolución y de la ruina
moral que poco a poco fue adueñándose de todos los estratos de la
sociedad. El descenso comenzó con Isidoro Malmierca, quien antes de ser
ministro de Relaciones Exteriores había sido el fundador de la Seguridad
del Estado. Sin sonrojarse siquiera, Malmierca pasó de represor a
diplomático. De repente, dejó de interrogar prisioneros en los oscuros
calabozos de Quinta y Catorce y comenzó a pedir la palabra como
"cuestión de orden" en los luminosos salones de las Naciones Unidas.

Pero cuando verdaderamente la diplomacia cubana tocó fondo fue con el
nombramiento como canciller, primero, de Roberto Robaina, un payaso que
se vestía como los personajes de la serie de TV Miami Vice. Y después,
con el de Felipe Pérez Roque, al que el pueblo bautizó con el mote de
"seboruco", tanto por su físico como por su intelecto. Después de ser
destituido por bromear sobre la salud de Fidel y sobre la incapacidad de
Raúl para dirigir el país, Pérez Roque fue sustituido por Bruno
Rodríguez, el actual canciller, de todos ellos quizás –aunque gris y sin
carisma– el más preparado.

"Con la excepción de Roa, que fue culto, ácido y buen polemista, los
demás cancilleres de la Revolución cubana son figuras mediocres que
siempre han repetido, con temor a equivocarse, los disparates
alucinantes de Fidel y Raúl Castro", expresó el profesor Roig a El Nuevo
Herald.

La verdad es que los cancilleres de Venezuela y Cuba son, por decirlo de
alguna manera, la antítesis de la diplomacia. En los foros
internacionales se comportan con grosería y recurren al insulto y a la
violencia para hacer valer sus puntos de vista. La descalificación y el
matonismo son sus marcas de fábrica. Quizás ya sea hora de llamarlos por
sus verdaderos nombres: cancilleres de la vulgaridad.

manuelcdiaz@comcast.net

Source: Cuba y Venezuela: la diplomacia de la vulgaridad y los buenos
puños en foros internacionales | El Nuevo Herald -
http://www.elnuevoherald.com/opinion-es/trasfondo/article159978174.html

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