jueves, 20 de abril de 2017

Díganos, general, ¿cuál es el plan B?

Díganos, general, ¿cuál es el plan B?
Lo que se juega actualmente en Venezuela no es sólo el futuro de esa
nación, sino el rumbo al que se encaminarán los próximos pasos del
régimen cubano
MIRIAM CELAYA, La Habana | Abril 20, 2017

La Venezuela del "socialismo del siglo XXI" se tambalea y amenaza con
desplomarse. Cuándo caerá exactamente es solo cuestión de tiempo. De no
mucho tiempo, tal vez. Y como la crisis económica y política del país se
le ha ido de las manos al Gobierno, el presidente, Nicolás Maduro, en
otra demostración irrefutable de su proverbial sagacidad y aconsejado
por sus mentores de La Habana, ha optado por el camino más coherente con
la naturaleza del régimen: aumentar la represión y "armar al pueblo".

Semejante estrategia no puede terminar bien, en especial cuando a los
miles de manifestantes callejeros no solo les motiva la defensa de la
democracia, sino la renuencia a aceptar la imposición de una pobreza
obligada como presente y futuro para una nación que debería ser una de
las más ricas del planeta. Ningún venezolano decente aceptará la
imposición de la dictadura de estilo castrista que se pretende colar en
su país.

Así, la "madurofobia" se ha tornado viral, la gente se ha lanzado a las
calles y aseguran que van a mantenerse en pie de protestas hasta que se
cumplan sus reclamos, que implican el retorno del país al hilo
constitucional, a la legalidad, al Estado de derecho: lo que equivale a
decir, sin Maduro.

Cuanto más se polariza la crisis venezolana, Nicolás Maduro continúa
acelerando su metamorfosis de presidente (supuestamente) electo por el
voto popular, a individuo del más puro estilo tradicional
latinoamericano, capaz de lanzar al ejército y a cientos de miles de
delincuentes armados contra sus (des)gobernados compatriotas que han
decidido ejercer su derecho de manifestación pacífica.

Ahora bien, si es cierto que las pésimas decisiones del Ejecutivo
venezolano son orientadas y dirigidas desde el Palacio de la Revolución
de La Habana, las intenciones de la cúpula cubana resultan, cuando
menos, muy sospechosas. Tales recomendaciones de la alta dirección de la
Isla estarían conduciendo al chavomadurismo directamente a un abismo y a
Venezuela al mayor desbarajuste.

Es decir, si de verdad son el clan Castro y sus comparsas los que
ordenaron a Maduro radicalizar una dictadura y resistir aferrado al
poder contra la voluntad de la mayoría de los venezolanos, aplicando la
represión y la fuerza para lograrlo pese a que ello supondría el fin del
régimen "socialista" en Venezuela –con la consecuente pérdida total de
los subsidios petroleros para la cúpula verdeolivo, así como de los
ingresos de capital por los servicios de profesionales de la salud–
sería un desafío a la lógica.

Tan extraño proceder, sumado a la significativa ausencia de Raúl Castro
a la reciente reunión política del ALBA que tuvo lugar en La Habana como
muestra de apoyo al Gobierno venezolano, a la renuencia de las
autoridades a acusar directamente al Gobierno estadounidense por las
expresiones populares de rechazo al régimen de Nicolás Maduro tanto
dentro como fuera de Venezuela, al sospechoso silencio o minimización de
los hechos que mantiene la prensa oficial cubana sobre lo que acontece
en Venezuela, y a los inusualmente contenidos pronunciamientos de
condena "a la derecha golpista regional" –que en todo caso han partido
fundamentalmente desde las organizaciones políticas y de masas y otras
ONG del Gobierno cubano, y no muy directamente de éste–, solo podemos
especular sobre la posible existencia de secretas segundas intenciones
por la parte cubana.

Sería pueril asumir que el Gobierno cubano desconoce la magnitud de la
crisis de su aliado sudamericano, habida cuenta que –según ha
trascendido por testimonios de fuentes autorizadas en diversos medios a
lo largo de los años– tanto el ejército como los cuerpos represivos y de
inteligencia venezolanos están ampliamente penetrados por agentes de
Castro, de manera que cabe suponer que los estrategas políticos del
régimen tengan alguna idea de solución, al menos en lo que concierne a Cuba.

Un ejemplo es el caso de los cooperantes de la Isla que se cuentan por
decenas de miles en ese país. No podemos ignorar el grave peligro que
corren los profesionales cubanos de la salud y de otros servicios, que
trabajan en Venezuela como "colaboradores" en los programas del ALBA, en
el muy probable caso de que se desate un caos violento en ese país.
Entonces, ¿cómo se explicaría el desatino de aconsejar, o al menos
apoyar, las acciones violentas del régimen venezolano? ¿Por qué los
medios oficiales no ofrecen informaciones más precisas, en específico
sobre la seguridad de nuestros compatriotas en Venezuela? ¿Cuál es el
plan de contingencia para salvaguardar las vidas de estos civiles
cubanos en caso de que la crisis humanitaria venezolana se agrave a
causa de la violencia aguijoneada desde el poder?

Los antecedentes que tenemos los cubanos son nefastos. No es prudente
olvidar que quien ocupa hoy en la Isla el poder es el mismo sujeto que
estaba al mando de las Fuerzas Armadas cuando miles de cubanos fueron
enviados a combatir (y a morir) en Angola, Etiopía, Nicaragua, Bolivia y
otros remotos puntos de la geografía mundial. Fidel Castro, que nunca
estuvo en una verdadera guerra, era quien disponía –al menos de iure,
que no de facto– sobre las acciones del ejército cubano cuando en 1983
se ordenó a los trabajadores civiles que participaban en la construcción
de un aeropuerto en la isla de Granada que resistieran a los marines de
EE UU durante la invasión a ese pequeño país del Caribe.

Cuando se habla de ganancias del castrismo suele pensarse en términos de
dinero. Sin embargo, las cosechas de mártires inocentes siempre le han
traído valiosos réditos políticos y le han permitido un respiro temporal
al régimen cubano. Ahora, cuando los años de gloria de la "revolución"
han pasado, cuando solo unos pocos ingenuos creen en el discurso de los
jerarcas verdeolivo y los sentimientos predominantes de los cubanos son
el desencanto, la apatía y la incertidumbre, y cuando el propio "modelo
socialista" es apenas un triste compendio de fracasos y una promesa de
miseria infinita, no sería de extrañar que la castrocracia esté
considerando la posibilidad de alimentar su capital moral a costa del
sacrificio de los indefensos profesionales que prestan servicios en
Venezuela.

Sería particularmente fácil para el Gobierno aprovecharse de varias
decenas de médicos y técnicos cubanos –los números no resultan
importantes para la cúpula gubernamental, en tanto los muertos los ponga
el pueblo– que resulten víctimas de la violencia "de los apátridas
vendidos al imperio" en Venezuela, para tratar de encender alguna chispa
del cuasi marchito sentimiento nacionalista y patriotero de los cubanos
y ganar algo de tiempo, que ha sido la principal meta de la cúpula del
poder en Cuba en los últimos años.

No sería tan descabellado considerar esta posibilidad, en especial
tratándose de una población que en su mayoría sufre la falta de
información, lo que la hace susceptible de toda manipulación sensiblera.
Cierto que corren nuevos tiempos, y que en alguna medida la penetración
de mínimos espacios de información –propiciados por el precario acceso a
las tecnologías– dificulta la consagración del engaño a escala masiva.
Ya no parece posible movilizar a los cubanos como en los días de las
gigantescas marchas por "el niño Elián", por citar el ejemplo más
conspicuo; pero tampoco hay que subestimar la capacidad histriónica y de
control social del régimen. Baste recordar el espectáculo lacrimógeno
desplegado a todo trapo durante el novenario del sepelio de Fidel Castro.

De cualquier modo, y ya que la estrategia de cosechar víctimas ha sido
muchas veces aplicada con éxito, quizás los caciques estén considerando
la posibilidad de sacar esa ventaja del naufragio del bajel
castrochavista. Así de retorcidos son. Tampoco resultaría una sorpresa
que la propia narcoélite de Miraflores y los suyos hayan pactado con los
mandamases cubanos un escape hacia La Habana en caso de que les resulte
imposible conservar el cetro.

Por el momento, es un hecho que el culebrón cubano-venezolano está
viviendo por estos días una escalada verdaderamente dramática y nadie
sabe cuál será el desenlace. Pero en medio de tanta incertidumbre una
cosa parece irrefutable: lo que se juega actualmente en Venezuela no es
sólo el futuro de esa nación, sino el rumbo al que se encaminarán los
próximos pasos del régimen cubano que, más allá de las adversidades de
Nicolás Maduro y sus compinches, continúa siendo el dueño absoluto de
los destinos de la Isla. Así, pues, díganos, General Castro, ¿cuál es el
plan B?

Source: Díganos, general, ¿cuál es el plan B? -
http://www.14ymedio.com/opinion/Diganos-General-plan_0_2202979685.html

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