viernes, 6 de enero de 2017

Cubanos condenados a decir adiós a la ilusión y la espontaneidad

Cubanos condenados a decir adiós a la ilusión y la espontaneidad
05 de enero de 2017 - 20:01 - Por IVÁN GARCÍA

El daño antropológico que el Gobierno de Fidel Castro ha hecho a los
cubanos es incalculable. Los líderes de masas son expertos
manipuladores, encantadores de serpientes

Los rayos del sol aún no asomaban en el horizonte, cuando Dainier, 10
años, estudiante de quinto grado en una escuela primaria al sureste de
La Habana, con una pequeña mochila y dos pomos plásticos de agua
congelada, acompañaba a sus padres a la Plaza de la Revolución para
participar en la marcha del pueblo combatiente y después ver el desfile
militar por el 60 aniversario de la fundación de las fuerzas armadas.

Sentados en un contén de la acera de la calle Paseo, desayunaron pan con
tortilla que ya estaba tiesa y un vaso de refresco. Aunque las
autoridades no han ofrecido el estimado de personas que asistieron, a
Dainier le parecieron cientos de miles. "Me imaginaba un desfile militar
con tanques, cohetes, aviones y helicópteros. Pero solo habían soldados,
milicianos y gente", comenta decepcionado.

Sus padres, al igual que el resto de los presentes, no fueron convocados
a punta de pistola o de manera forzada. Los métodos en la Cuba de Raúl
Castro son más sutiles. "Antes de salir de las vacaciones de fin de año,
en la escuela de mi hijo la maestra les pidió redactar una composición
sobre su experiencia en el desfile. Si no lo hubiera traído de qué
manera el niño iba hacer ese trabajo de clase", se pregunta Julián, el
padre del chico.

Julián no asistió obligado ni acudió por lealtad a Fidel Castro.
Probablemente hubiera deseado dormir hasta las nueve de la mañana. "Pero
tengo un cargo importante… Y en caso de no asistir por causas
injustificadas me señalo, tú sabes cómo es eso", dice y se encoge los
hombros.

Cada vez menos, las empresas y escuelas presionan para que empleados y
estudiantes asistan a las concentraciones públicas. En los años de la
Cuba soviética, escuchar íntegramente un discurso de cuatro horas y
media de Fidel Castro, cortar caña o participar en trabajos voluntarios,
además de recibir un diploma o una medalla de hojalata, te valía para
ingresar en el sorteo del sindicato estatal, cuando repartiera
ventiladores, lavadoras y televisores rusos o un apartamento de
microbrigada.

Ahora los resortes son otros. Una merienda, en el caso de la estatal
ETECSA, que luego los que asisten pueden venderla en 20 pesos cubanos, o
simplemente porque un segmento importante de cubanos actúa como zombis y
prefieren simular apoyo a un Gobierno que en los últimos 27 años no ha
sido capaz de beneficiar a los trabajadores.

En Cuba, el que trabaja para el Estado sin robar ni malversar es, junto
a los pensionados, de los que peor viven. La inflación bestial derrite
sus salarios de risa en una ristra de cebolla y diez libras de carne de
cerdo.

Pero en la Isla todavía pesan los símbolos revolucionarios. Los medios
oficiales se aferran a ellos para camuflar el desastre. Celebrar la
Nochebuena y Navidad se considera una costumbre 'pequeño burguesa'. Solo
existe espacio para la narrativa verde olivo.

Ésas y otras celebraciones cristianas del mundo occidental el régimen
las permite, pero con el ceño fruncido. Su leyenda es otra. Si existe
Dios, pues entonces la revolución cubana tiene a Fidel Castro.

No hacen falta museos, calles con su nombre, ni se corre el riesgo que
en tiempos difíciles sean derribadas estatuas por sus adversarios. Fidel
está en el éter. Es omnipresente.

Fue el artífice de la ganadería, el que nos enseñó a leer, escribir y
pensar. El deportista en jefe. Igual era Santa Claus, cuando repartía
cinco cajas de cerveza o una lata de jamón del diablo por la cartilla de
racionamiento para fiestas o bodas, que un "Rey Mago", cuando en julio
ofrecía tres juguetes a los menores de 12 años.

Fidel Castro intentó sepultar las tradiciones. Proscribir las ilusiones.
Dainier, de 10 años, es un ejemplo. Nunca ha creído en la fábula de los
Reyes Magos. Sus padres, en la víspera del Día de Reyes, jamás le
pusieron juguetes debajo de la cama.

"Cuando quiero un juguete, si mis padres tienen dinero, vamos al centro
comercial de Carlos III o el del Comodoro y lo compramos. Hay alumnos de
mi escuela que a mi edad todavía creen en los Reyes Magos. Pero yo no",
apunta Dainier al regreso de la Plaza de la Revolución.

El daño antropológico que el Gobierno de Fidel Castro ha hecho a los
cubanos es incalculable. Cuando en algún momento evaluemos objetivamente
sus efectos, observaremos y nos percataremos de su dimensión.

No debemos tener sentimientos de culpa o creer que fuimos unos idiotas.
Los líderes de masas son expertos manipuladores, encantadores de
serpientes. Ciudadanos tan racionales como los alemanes también
aplaudieron a un tramposo. En su delirio y egocentrismo, Fidel Castro
pretendió demoler los cimientos culturales y las tradiciones de la nación.

Una mañana de enero de 1960, en una avioneta del Ejército Rebelde, lanzó
caramelos y juguetes a niños pobres de la serranía que jamás los habían
tenido. En otra ocasión, en los bajos del antiguo Radiocentro, hoy cine
Yara, en el corazón del Vedado, junto a Ernesto Che Guevara y Juan
Almeida, se vistieron de Reyes Magos y repartieron juguetes.

El mensaje era puntual: ahora la tradición somos nosotros. Fidel Castro
secuestró costumbres y cambió a placer fechas de festividades como los
carnavales de La Habana. En su afán de abarcarlo todo, arruinó el país.

Mató la ilusión y espontaneidad en niños y adultos. Ni siquiera
proponiéndoselo, una persona puede provocar tantos destrozos. Fidel pudo.

Source: Cubanos condenados a decir adiós a la ilusión y la espontaneidad
| Noticias de Cuba, Cuba -
http://www.diariolasamericas.com/america-latina/cubanos-condenados-decir-adios-la-ilusion-y-la-espontaneidad-n4111658

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