lunes, 30 de noviembre de 2015

La nación que huye

La nación que huye
No parece sencillo ni posible que esa fuga masiva de cubanos se detenga
a corto o mediano plazo
Alex Heny, Nueva York | 30/11/2015 4:00 pm

"Toma tu mula, tu hembra y tu arreo…"
La presión para que regresara a Cuba comenzó semanas antes de que por
fin despegara el avión de Mexicana de Aviación que me llevó al DF y en
el que sufrí el segundo ataque de ansiedad de toda mi vida.
La primera de esas ansiedades amplificadas fue un par de meses justo
antes de graduarme de ingeniero; nada que hacer ahí: soy aprensivo, algo
con lo que (casi) he aprendido a convivir.
Pero en aquel avión mi inquietud no tuvo que ver con la zozobra de la
espera ni con el viaje en sí; fue el terror a la bancarrota de un
proyecto de vida, el miedo a fallar estando tan cerca; tan cerca de
tocar por fin tierra firme, pues sucedió que cuando las ruedas del
Boeing 727 casi rozaban el concreto de la pista del aeropuerto Benito
Juárez, la aeronave tomó velocidad otra vez, remontó vuelo, y comenzó a
sobrevolar el Distrito Federal y aledaños en lentos círculos.
Fijé la vista en la pequeña bocina que estaba sobre mi cabeza, junto con
las toberas de aire, las lámparas de lectura, y los lumínicos No Smoking
y Fasten your seatbealt. Pero ni un miserable chasquido se escuchó
durante veinte o treinta angustiosos minutos: ni el capitán de la nave
ni ninguno de sus subordinados se dignó en informarnos a los pasajeros
qué sucedía; hasta el día de hoy no sé qué espantó a ese avión, qué lo
hizo regresar a surcar por otra media hora la sempiterna capa de
amarillo smog que cubre a la capital mexicana, y me temo que ya nunca lo
sabré.
Y mientras mi amable vecino de asiento, un médico mexicano aplatanado en
Cuba y residente en San Agustín, allá en los bordes de La Lisa, me
aseguraba que no pasaba nada, que eso era normal, que quizás una
turbulencia o sepa la chingada, yo solo pensaba en esa agotadora cuesta
que había comenzado hacía tantos años sin que me percatara de ello;
cuesta que ahora casi terminaba para mí, después de tanto plan, de tanto
obstáculo salvado, de tanta feliz casualidad; cuesta que me abrió camino
para finalmente llegar a México y pensaba entonces en que puta suerte
sería la mía que mi avión se fuera a desplomar sobre esta enorme ciudad,
precisamente antes de, mecagoendios, llegar yo al brocal del pozo y
salir a la luz.
Fue entonces cuando comenzó ese ataque de ansiedad: taquicardia, sudor
frío, una piedra que se detuvo entre pecho y garganta. Dejé de escuchar
a mi compañero de viaje, que me anticipaba por entonces la maravilla de
Coyoacán y la majestuosidad del Zócalo, y me dediqué a rumiar la absurda
idea de una muerte inminente.
Después, pues tocamos tierra. Siguió la aduana —y uno que otro
pormenor—, el ardor en los ojos por los NOx y el ozono, el omnipresente
aroma a tortilla de maíz —de eso solo se percata un extranjero— y una
bolsa de bolillos que devoré ante la mirada atónita de unos anfitriones.
Después, pues todo fue miel sobre hojuelas; y queso fundido, con
chorizo, y tacos al pastor, y burritos, y un plan de trabajo intenso y
eficaz con el que me anclé a ese puerto que, y eso lo sabía meses antes
de que comenzara la presión para el regreso, ya no iba a dejar.
El día que la presión llegó al tope, no hubo ansiedades. Al cabo la
esperaba, y estaba preparado para ella. Un correo electrónico me
conminaba a concluir mis proyectos y regresar, pues "acá te necesitamos".
"Pues de que te contrate otro, te contrato yo", me dijo con su suave voz
de anciano cuarentón el director del instituto para el cuál trabajaba en
México. Le había mostrado el ukase que había recibido, y le había dicho
a continuación que yo no iba a regresar a Cuba, pero que si eso
representaba algún problema para él o el instituto, pues que ponía mi
permanencia en el mismo a su consideración. Pero tuve, como decía, un
aterrizaje suave y seguro.
"Mira,", prosiguió entonces el señor, después de encender uno de los
cuarenta Marlboros que se fumaba a diario, "que los cubanos se vayan de
Cuba no es problema mío ni del instituto ni del Gobierno mexicano: es
problema del Gobierno cubano, que no les crea a Ustedes las condiciones
para que allá tengan una vida mejor..."
………
Recordé —era inevitable— este afortunado y definitorio episodio de mi
vida leyendo y escuchando los pormenores de la crisis migratoria de los
migrantes cubanos varados en Costa Rica.
Crisis migratoria que asciende, peldaño a peldaño, hacia un estado que
se va a tornar más inmanejable con cada cubano que arriba a ese país —ya
son, según la última cifra que he visto, casi cuatro mil—; lo he estado
recordando desde hace días, mi arribo y mi mudada de país, y sigo
manoseando el recuerdo, mientras leo y escucho que los cancilleres
centroamericanos y el de Cuba, se han reunido a ver qué se puede hacer,
algo que parece sencillo de hacer, pues los Estados Unidos ya han dicho,
como si se tratara de meta de un videojuego, que aceptarán al que llegue
a sus fronteras.
Parece simple, insisto, si tan solo la miserable actitud —¿inexplicable?
Habría que preguntarle al desgobierno cubano— del Gobierno neosandinista
de Daniel Ortega, mascota fidelista, se flexibilizara y dejara pasar por
territorio nicaragüense al tropel de cubanos que se acumula en Costa Rica.
Sería sencillo, si Honduras y Guatemala hicieran una excepción y también
les permitieran a esos cubanos atravesar sus territorios; increíble
resultaría además que lograran atravesar México sin verse coaccionados,
extorsionados, atrapados entre los "coyotes" que probablemente quieran
un nuevo trato —se dice que los Zetas están involucrados en ese tráfico
de personas— y unas "autoridades" venales que pueden ser tan peligrosas
como los humano-traficantes.
Visto así, desde lejos y con optimismo, parece posible que todo salga
bien. O no.
Pero lo que no parece sencillo ni posible es que esa fuga masiva de
cubanos se detenga a corto o mediano plazo.
………
Por una parte, Cuba se sigue desmoronando de prisa y sin pausa.
Por otra, la posibilidad excepcional que le abre la Ley de Ajuste a los
cubanos es un estímulo adicional y poderoso que hace que no haya selva
tan peligrosa ni Corriente del Golfo tan traicionera que detenga a los
que pueden y quieren abandonar la desesperanza de sus vidas cotidianas
en Cuba.
Pero la idea central, por cuyo lado algunos —demasiados— pasan en
puntillas, y a la que otros —insuficientes— toman como bandera, idea que
ha sido mencionada con mayor o menor contundencia a lo largo de este
conflicto cubano-centroamericano, es que la razón principal del éxodo
cubano ha sido, y es, el desastre que ha creado el desgobierno en la
isla de Cuba.
¿Que hay mayor cantidad de cubanos emigrando porque la Ley de Ajuste los
ampara? Es cierto.
¿Que van a dejar de emigrar los cubanos si desaparece la Ley de Ajuste?
Es falso.
Los cubanos, en primer lugar, no emigran: los cubanos huyen.
Se van de Cuba, como quien escapa de un callejón hediondo y sin salida.
Se van a España, Escandinavia, Ucrania, Rusia y Kazajstán; andan por
toda Europa, por África, en Ghana, Namibia, Angola y Sudáfrica. Se van a
todo el cono sur americano, a México, a Ecuador, a Panamá, a las
Antillas, a la Polinesia, a países en guerra, a países congelados, a
países musulmanes, a lugares sin nombre; "si se cae el avión, donde se
caiga me quedo", dice un oscuro chiste. Se van entonces, y se van, por
supuesto a Estados Unidos.
Y así lo seguirán haciendo, con o sin Ley de Ajuste, pues la Isla no
mejora; a cambio, ha enfilado hacia un tercermundismo de siglo XX,
envuelto en la bruma de los permisos para salir a pasear y ganar unos
dólares con que vadear unos meses; marasmo enmascarado en la posibilidad
de irse, quedarse, regresar, de que haya una población flotante
-viajante- que trae dinero, pacotilla de mal gusto y bocanadas de
esperanza para gobierno y gobernados.
La crisis en Costa Rica es solo un capítulo más en el éxodo de una
nación. Camarioca, Mariel, el 93, los balseros; vía Moscú, Quito, o de
carambola desde España: los cubanos se van a cuentagotas o en estampida,
pero se van.
Es el signo de los tiempos, la consecuencia del medio siglo de apatía e
ineptitud, el legado de un atajo de malos cubanos que convirtieron el
país en finca estéril. Son, somos los cubanos: la nación que huye y
"…eso no se va a detener mientras el Gobierno cubano, sea el que sea, no
cree las condiciones para que allá tengan una vida mejor...", diría
aquel mexicano pequeñajo y astuto, mi director, mi amigo, apagando la
enésima colilla del día.

Source: La nación que huye - Artículos - Cuba - Cuba Encuentro -
http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/la-nacion-que-huye-324226

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