martes, 30 de junio de 2015

Decisiones intermitentes

Decisiones intermitentes
[29-06-2015 21:15:25]
Alberto Medina Méndez

(www.miscelaneasdecuba.net).- Cuando se observa la realidad cotidiana y
sus frecuentes despropósitos es importante entender que la
responsabilidad primaria siempre le cabe a la dirigencia política.
Ellos no pueden hacerse los distraídos y, mucho menos, endilgarle a la
sociedad la culpa sobre todo lo que acaece. Si ocupan ciertos cargos es
porque han tomado la decisión individual de postularse para alcanzarlos.
No importa mucho si han sido electos o solo convocados por quienes
consiguieron ese apoyo popular. En cualquier caso no están ahí por
casualidad sino como consecuencia de una determinación explícita.

No es diferente el caso de los que aún no han logrado obtener esos
puestos solo por no haber cosechado suficiente respaldo. Nadie los está
empujando hacia esa meta. Son ellos los que se proponen ese desafío
personal.

Sin embargo, no es bueno ignorar que los ciudadanos tienen también una
elevada cuota de responsabilidad frente a lo que acontece a diario.
Ellos tampoco pueden desentenderse como si todo fuera producto exclusivo
de la acción maligna de terceros inescrupulosos.

Lo que sucede no es más que el resultado de una compleja combinación
entre las intenciones de los políticos y las actitudes de la sociedad.
En algún lugar entre esos dos puntos, se termina ubicando lo que
finalmente ocurre.

A veces son los políticos los que imponen sus prioridades y manipulan
todo para hacer lo que les conviene. En algunos casos su tarea pasa por
concretar sus visiones y conseguir el consenso para que su idea tenga el
sustento suficiente. En otras ocasiones, solo usan a la gente para sus
fechorías de rutina.

No menos cierto es que la sociedad funciona de un modo bastante similar.
A veces empuja a los políticos hacia el sendero adecuado reclamando lo
necesario, pero tampoco están ausentes esos momentos en los que se los
impulsa a promover planes insensatos, absurdos e imprudentes.

Tal vez el mayor pecado de una comunidad sea el de la omisión, esa
instancia en la que la inacción y el silencio se convierten en esa letal
herramienta, que con cierta complicidad, le entrega un cheque en blanco
a la política para hacer lo que sea, sin medir sus abominables derivaciones.

Si se comprenden los niveles de incumbencia que le caben a la ciudadanía
y se logra mensurar el costo de la pasividad, es posible que la gente
consiga estructurar los mecanismos precisos para construir instituciones
que puedan articular los intereses de todos e incidir con fuerza en la
clase política.

El talón de Aquiles de la política sigue siendo su temor a la gente.
Cuando la sociedad civil logra coordinar acciones y consigue conformar
un grupo sólido de actores relevantes, finalmente establece una agenda
consistente y entonces su potencialidad se vuelve temible y su poder
trascendente.

Abundan saludables ejemplos de instituciones de la sociedad civil que
han logrado una acción compacta de la mano de una vigorosa
perseverancia. Esas entidades se transformaron en un verdadero y
eficiente muro de contención frente a los abusos tan habituales. Allí
donde esas organizaciones florecen, la política tiene menos poder, se
encuentra muy acotada y sus movimientos quedan absolutamente condicionados.

Lamentablemente, demasiada gente sigue creyendo en los esfuerzos
espasmódicos. Se irritan frente a un hecho puntual, se escandalizan
cuando algún disparate emerge, pero su escasa tenacidad termina siendo
su mayor enemigo. La política conoce muy bien esa dinámica. Sabe que el
enojo caótico dura solo algún tiempo para luego desvanecerse. Los
dirigentes solo deben tener la paciencia indispensable y esperar que
todo se diluya.

Una ciudadanía activa no es suficiente para garantizar que la política
haga lo correcto, pero se convierte en un instrumento vital para evitar
que ciertos dislates se reproduzcan. Para ello hace falta que aparezcan
liderazgos ciudadanos capaces de coordinar una participación
inteligente. Nada es seguro, pero una sociedad civil organizada,
desestimula a los mediocres, a los improvisados y a los corruptos, de
esos que pululan en la política.

El modo más eficiente de mejorar la política no solo es poblarla de
figuras de mayor jerarquía. También resulta importante que la
contribución ciudadana sea significativa y para eso es esencial que la
gente se encargue de ocupar los espacios indelegables que le tocan en
suerte. En el barrio, en el club, en el consorcio, allí donde resulte
posible y necesario, debe existir una ciudadanía comprometida capaz de
señalar el camino.

Si esto se entiende, será cuestión entonces de pasar a la fase
siguiente, la de la organización, la del aprendizaje y la imprescindible
gimnasia que solo el ejercicio cotidiano de una ciudadanía responsable
otorga. Queda claro que nada es fácil. Algunos creen que su deber es
quejarse y que eso es suficiente. Otros suponen que la política siempre
reaccionará correctamente frente al enojo circunstancial de la sociedad.
Ambos se equivocan.

Tal vez sea tiempo de comprender lo que sucede y abandonar esa patética
actitud de victimizarse sistemáticamente, de enfurecerse por poco
tiempo, para pasar a la etapa de la acción consistente, esa que no
promete resultados, pero que tiene una chance concreta de lograrlos.

Sin dejar de lado la importante responsabilidad que le cabe a la
política, tal vez la ciudadanía puede evitar que la inercia presente
siga su curso. Para eso será imprescindible no repetir las lamentables
experiencias, esas que la historia muestra como esa secuencia conocida
de movilizaciones coyunturales, enfados anecdóticos e innumerables
decisiones intermitentes.

Source: Decisiones intermitentes - Misceláneas de Cuba -
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/Article/Index/5591994d3a682e123c051a4b#.VZJ-bPmqqko

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